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HAY MÁS DE UN MILLAR DE POEMAS DE
RAFAEL MATESANZ.
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Hubo días, en que te pronunciaba
y morían en mí los horizontes,
los pájaros desnudos de mi alma
agonizaban con pensarte sólo.
Hubo días de luto presintiendo
desamparos en ti si me llamabas
para enterrarme en tus arterias densas.
Gargantas masculinas desgranando
pétalos del clavel en sangre viva.
Nostalgia primavera que cautiva
mariposas de luz que están llorando.
Artes y ciencias se desposan cuando
vuestro chorro de voz a la deriva
se sumerge en el lago de la esquiva
niña que espera en éxtasis soñando.
Sois fulgor de esperanza y cataclismo
estela oscura de romanticismo
que consume rendidos corazones.
Encendéis generosos vuestra leña
esparcida en la acera madrileña
para que vivan todos los gorriones.
Se ha dormido la historia en tu regazo
declamando, dormida, sus latidos.
Relicario de ojos encendidos
que atraparon la luz en cada trozo.
Entre el hoy y el ayer eres el lazo
que desposa las flores y los nidos.
Apelas bellamente los sentidos
y floreces en ellos el abrazo.
Manos de llama te dejaron huellas
condensaron en lienzos las estrellas
que en silencio de luz lloran y rezan.
Eres rincón de vuelos y cristales
relicario de limpios manantiales:
callada inundación de la Belleza.
Fugitivo salí de no sé dónde
y en el vuelo inocente de mi huída
entre tus calles se encontró perdida
mi alma que, si llamo, ya responde.
No sé si fui villano o si fui conde;
si florecen amapolas en mi herida
sólo sé que encontré por fin, la vida
y que mi corazón ya no se esconde.
Sé que mis hombros ya no llevan carga
de envidia provinciana y luz amarga
de ojos que me ponían zancadillas.
Puedo volar por todo el universo
puedo fluir la sangre de mi verso
reclinado en la paz de tus orillas.
Ese hombre simétrico que calza
soles negros de piel y sobresalto,
que calcula los baches en la acera
para ganar segundos fugitivos,
que oculta el corazón entre las manos
acostumbradas a morir en cifras;
esa joven que siente primaveras
por la cascada de su pelo rubio,
y deja que sus alas se embriaguen
en mañanas azules de esperanza;
ese niño de pájaros inquietos
que aprovecha rincones de plazuelas
para soltar sus piernas y su alma
tras la dócil esfera que le invita;
ese anciano que lleva las espaldas
densa carga de sueños iniciados;
esa madre que abraza henchida bolsa
de colores domésticos en germen;
ese alzar hormigones y ladrillos
para clavar espadas verticales;
ese reloj de esfera macilenta
que amenaza llegar sin concesiones;
ese latir del tiempo por tus venas,
Madrid, juguete de tenaz galope;
¿qué es? ¿adónde va? ¿cómo se canta?