LUZ DE MI SIERRA
como un rosal de primaveras puras.
Vas alzando mi
sangre con tus manos
alargadas de tierra lacerada.
En tus veredas
hablan tantas huellas,
tantos latidos mansos y remotos,
que nunca, en soledad, me siento solo.
Me acompañan tus
hombres manuscritos
en vegetal y clara reciedumbre.
Tu conoces la
historia y me la cuentas
con la blanca ternura del silencio
de las madres que hospedan tus entrañas.
Las escucho vivir,
noto el gemido
de su muerte desnuda en la esperanza
que alcanzó claridades infinitas.
Tú me trasciendes
más allá del vuelo
de tu contorno luminoso y verde.
Experimento tu
cariño azul
de cordera mansísima del alba.
Eres amor, ¡oh
sierra!, amor humilde
recién nacido siempre en cada hierba
acogedora de mis pies cansados.
Eres amor o luz o
verso limpio
mirándome, brizándome, llevándome
en andas de ti misma hacia el misterio;
porque tu luz serena me ilumina
el espacio interior donde me encuentro
con la luz del Amor-Protopalabra.
Sí. Testifico que
tu paz clarísima
certifica el origen del sosiego.
Y quedo sumergido
en la plegaria
que se hace promisión de amaneceres.
Gracias, ¡oh luz
callada del acebo,
del roble, del enebro y de la zarza!
Gratuita hermosura
de lo intacto.
Todo es amor articulado en ti
que alcanza al corazón y lo redime.
Las sandalias de
Dios te dieron forma
y, cuando te transito, se renueva
mi rebelde esperanza sobre el tiempo.
Yo no quiero morir y tú tampoco.
Te llevaré conmigo a las estrellas
cuando quede dormido en tu regazo.
Y juntos llegaremos
a la aurora
que besó tus palabras y mi sangre
y nos llenó de pájaros el alma.
Y veremos a Dios y
alcanzaremos
la Luz eterna de Su Rostro Vivo.
(Prádena – Agosto – 1989)