Mi único deseo es que mi corazón sea tuyo.
Yo sé que nunca podré darte sólidos valores míos
porque soy pobre.
Nunca lograré hacer de verdad mis sueños utópicos
de mundos paradisíacos Contigo y para Ti.
Ni siquiera podré conquistar todo el territorio de mi carne
remisa para ascender a la perfección.
Por eso, Señor, te doy lo mejor que tengo: mi corazón
Creo que puedo decir que es mío
y te lo doy sin pedirte ni sugerirte nada a cambio.
Me basta saber que, con él, te doy
cuanto sueño,
cuanto me fatigo,
cuanto me extravío,
cuanto me remonto a las alturas de mis ansias,
cuanto me hundo en el abismo de mi pequeñez.
Mi corazón es tuyo. Dispón de él
como de una pelotita pobre y gastada con la que se recrea un niño.
No me lo desprecies, Señor, que no tengo otra posibilidad
de ser sólo y enteramente tuyo.
Gracias.