Hay en el mundo nidos que protegen
con paz y pan benditos contra el frío
y contra soledades tenebrosas
cuando gana la noche al horizonte.
Estos nidos de Dios son los hogares
de fe cristiana y honradez humana.
Los padres con su sangre van tejiendo
las flores de niñez que se aventuran
a poner en la tierra poesía.
Y los padres cultivan esas flores
con desvelos ocultos y sencillos.
Hortelanos de amor, austeramente
cavan, excavan, riegan y acarician.
Y sonríen bordando con el sueño
esperanza de triunfo para el hijo.
Nunca pasan factura por su vida
sembrada día a día sobre el surco.
Se conforman con ver que los sudores
de su frente cansada sin cansancio
fecundan primaveras de esperanza.
Yo sé que Dios contempla estos hogares
con mirada de amor y cercanía.
Y se siente feliz participando
de la luz y el calor de vuestra lumbre.
Los hogares cristianos son el aire
donde todos nosotros sacerdotes
respiramos la luz del Infinito
en la infancia feliz de aquellos días.
Con los tiernos detalles de cariño
se amasaba la sangre de la fe.
Tal vez, en la penumbra de la ermita
con un beso de amor aconsejabais:
“Mira a la Virgen. Tírale un besito”
o, al dejar a vuestro hijo en el colegio
con recia mansedumbre le decíais:
“No te pegues con nadie: los amigos
se ayudan y se quieren solamente”.
Y el hijo iba creciendo y aprendiendo
la honradez de creyente responsable.
Podía hospedarse Dios en esta sangre
amasada en artesa generosa.
Dios anida en vosotros, familiares
del sacerdote que declama el gozo
de sembrar su existencia sobre el surco
con ansia fértil de brotar la espiga.
Os felicita muy sinceramente
mi pluma de poeta; os agradece
más sinceramente
mi voz de sacerdote
el árbol que cobija mi existencia.
Porque sois el cobijo de una sangre
que crece en juventud a vuestro lado.
Gracias padres, hermanos, familiares.
Gracias amigas fieles de estos cristos
más de barro y de llanto que Jesús
y, por ello, también necesitados
de acogimiento como el que les dais.
Estáis cursando la mejor carrera:
la del amor cercano y generoso
a los hombres que salvan la presencia
salvadora de Dios sobre la tierra.
El Padre escribirá con letra suya,
en el día final de vuestra vida
Matrícula de Honor por el desvelo
en cuidar a sus cristos indefensos.
Sigamos adelante todos juntos
por los caminos del amor sencillo
que presagia la paz definitiva
en el hogar de Dios, Amor eterno.
(A los padres, hermanos, familiares y fieles servidoras del sacerdote)