COMO LOS DOCE (Mt 10,7...)
Ni alforjas en el hombro, ni sandalias, ni
bastón defensivo;
sólo con mucha luz en las
entrañas disfrutando del Reino.
Sólo con los milagros en la sangre
que habréis de transfundir
gratuitamente.
Libres, desnudos: poco peso de carne y mucho
peso
de niños y de alondras y de
estrellas…
En los ojos, riqueza de horizontes
encendidos
como áureo mar de mieses.
Tal vez, algún temblor y alguna sombra,
parásitos del llanto,
que habrán de ser quemados
por el fuego
de la mirada aquélla del
Maestro.
Buscando sin cesar esta Mirada
en el silencio orante, en la
Mesa Eucarística,
en el clima jovial
comunitario, en el hermano roto…
Sin
grandes elocuencias -no es poder la retórica elegante-,
sólo con la sonrisa y la
palabra
en espontánea sencillez de
rosa.
El Espíritu Santo hará el
prodigio.
Sólo con El, llenísimos de El
hasta la dulce embriaguez del
gozo.
Y no temáis: la oscuridad no puede apagar
claridades infinitas.
Sed doctores de amor: sed
ingenieros de caminos al alma.
Recordad que sus labios
infalibles
dijeron vuestros nombres y os
alzaron al título de “Amigos”.
Y, si la ingratitud sale al encuentro, con
látigos de ira,
acordaos del Maestro
flagelado, testigo hasta la sangre.
Sangre a sangre, creced. Y, verso a verso,
porque sois arquitectos de
palabras que se hacen catedrales.
Claro que, bien mirado, sólo
sois
humildes constructores de
tres sílabas con blancura de “a”
y tan abiertas, que cabe el
universo en sus mansiones:
Jesucristo, el Señor, total PALABRA.