MAGNIFICAT DE UN HIJO DE LA SIERRA
de altura y reciedumbre. Permanezco
humilde ruiseñor en el asombro,
para clamar mi gratitud profunda.
Glorifica mi alma Tu
mirada
que nutre las raíces del paisaje.
Mi corazón feliz se
regocija
habitado por Ti, Clara presencia.
Me diste el ser,
aquí, junto a los chopos
de vuelo vegetal. Me convocaste
a vivir fortaleza con los robles
y latir el silencio del enebro.
Regalaste a mis ojos
la ternura
de las flores humildes. El tomillo,
hospedero de liebres, compartía
conmigo sus aromas sosegantes.
Nací de tu sonrisa
como fuente
nutrida por la sierra y por las nubes.
Soy raza de celosos
trashumantes
con recientes corderos en las manos.
Es mi sangre pastora.
Mis alforjas
llenas están de soles y de lluvias
vertidas en mi alma como besos.
Los amplios
horizontes dilataron
mis sueños juveniles.
Creció mi corazón como la yedra
con ansia universal de ser abrazo.
Pádena, Casla,
Arcones, Orejana,
Pedraza, Castroserna, Matabuena…
Y la Virgen azul de
las ermitas:
Señora de la Estrella, de la Lastra,
del Rosario, del Río, de la Varga….
Nombres fundidos en la roca viva
con el paisaje puro de mi tierra.
Nombres erguidos para dar al hombre
senderos luminosos al misterio.
Te glorifico, Dios.
Recojo el verso
de los rostros antiguos que no saben
mentir abriles ni llorar otoños;
que Te ven en los puntos cardinales
y esperan un hogar detrás del frío.
Te glorifico, Dios.
Tu transcendencia
se hace Presencia en mí, cálida y pura,
hasta besar estrellas con los ojos.
Te glorifico, Dios.
Suelto palomas
al altísimo aire del asombro
con mensaje de júbilo incesante.
Te glorifico, Dios.
Construyo torres
en el paisaje de mi sangre verde.
Recolecto plegarias en las flores
y poemas de luz en las estrellas.
Te glorifico, Dios.
Me regocijo
por compartir fraternidades cósmicas,
por dar palabra al río y al cangrejo
poblando con amores mis entrañas.
Te glorifico, Dios.
Profeso el gozo
de ser rebelde contra el frío crudo
que relega tu Nombre a la blasfemia.
Yo sé que Tú nos
miras y nos amas
con detalles de Padre Providente.
Yo sé que Tú recoges los gemidos
del niño y del cordero. Sé que lloras
cuando la arcilla nos devora el sueño.
Yo sé que llenas el vacío del hombre
con misterios de luz resucitada.
Yo sé que pintas las moradas tardes
con promesa de albas y de rosas.
Yo sé que vives y que depositas
en mí la Vida que jamás perece.
Te glorifico, Dios,
con mi palabra
de valles y de sierras adorantes.
Levanto catedrales en
la roca
de mi duro paisaje transcendente.
Gracias Te doy.
Alumbro gratitudes
en mi barro de hombre que se torna
cristal de transparencia jubilosa.
Gracias, Señor. Mi
corazón madura
nutrido por latidos vegetales.
Libo silencios en los enebrales;
bebo palabras en el alba pura.
Recolecto balidos de
ternura
en el gozo filial de recentales.
Pastorean antiguos mayorales
mis rebaños de sangre en aventura.
Gracias, Señor. Mi
gratitud profesa
reciedumbre de roca y nieve ilesa
donde habita la luz del crecimiento.
Gracias, Señor. Mi plenitud descansa
en la paz de mi sierra firme y mansa,
hogar del agua y corazón del viento.
(Primer Premio “SEGOVIA Y SU SIERRA” en el IV Concurso Poético
-1992-)