PRÁDENA, PUEBLO MÍO
el secreto que alumbra mis horas macilentas.
Cuando al aire lo hieren invasiones violentas,
cuando el agua se mancha y el miedo se comparte.
Cuando el árbol ansía habitantes de alas,
cuando callan los grillos y las rosas se esconden,
cuando bala la oveja y nadie le responde,
cuando los niños nacen entre ruido de balas
y los jóvenes vierten acero en la mirada,
cuando lloran las madres su desvelo burlado
y los padres lamentan el sudor malgastado,
cuando nadie valora las espigas calladas
de los rostros ancianos cuajados de experiencia,
cuando no hay caminantes para escribir caminos
ni juglares con versos humanos y divinos,
cuando el hombre se adora en la autosuficiencia…,
Prádena, pueblo mío,
vengo a decirte GRACIAS
poniendo en estos versos mi corazón desnudo.
Oigo tu voz amiga y a tu llamada acudo
me siembran primaveras de luz y de promesa.
Camino entre los robles de tu vasta dehesa
y anidan en mi fronda tus claros ruiseñores.
Tus verdosos acebos
aureolan mi frente
para seguir sembrando mi sangre de poeta.
Y en tu montaña vuela mi plegaria de asceta
y bebo y me conforta el agua de tu fuente.
Pero, sobre el
paisaje que alumbra mi memoria,
yo te agradezco más las raíces amadas:
ese río que nace en las rocas talladas
de los hombres que hicieron con su carne tu historia,
que regaron tus tierras con sudor de su frente,
que cuidaron ovejas y mansos corderillos,
que abrieron tus caminos sin efímeros brillos,
que levantaron casas con tu piedra silente;
que tallaron su alma
con cinceles de fe
hasta alzar una iglesia donde Dios está a gusto,
que inventaron canciones y enterraron disgustos,
que supieron de dónde venían y por qué.
Agradezco el recuerdo de sincero cariño
que diste a este poeta nacido en tu alegría,
¿recuerdas los relatos que mi abuela vertía
junto a la lumbre baja en mis horas de niño?
Me explicaba los nombres de tus calles y plazas,
las costumbres antiguas, los versos del Calvario.
Sus palabras prendían fulgor extraordinario
en mis ojos de niño nacido entre las hazas.
Escuchaba los ecos de los mozos en ronda;
la Cuesta de la Fragua se poblaba de mozas
que llevaban con garbo su cántaro de rosas
y emanaban promesas de madres fieles y hondas.
Eran tus confidencias
tan claras y sencillas,
que yo me convertía en flor de tus praderas;
comprendía tu nombre de prado y primaveras,
me dejaba envolver por tantas maravillas.
Por eso, cuando tengo
que alejarme de ti,
mi corazón se escapa, sin querer, a buscarte,
mi pluma se hace verso que te cita y comparte
las palomas de origen que de ti recibí.
Vuelvo a ti, pueblo
mío, aunque esté separado,
y busco en ti los nidos de pájaros poetas;
camino tus caminos y beso las secretas
huellas de mis mayores que nutren tu pasado.
Recojo tus tomillos,
tus brisas y tus nieves.
Subo por el Hornillo y llego a Pampinar;
soy isla en la pradera de su verdoso mar
y me inundan balidos dulcísimos y leves.
Yo te habito y me
habitas, contigo voy plantando
robles en las llanuras desérticas del mundo.
Rezo tus oraciones en silencio profundo
para vivir contigo amando y siempre amando.
Todo lo ven mis ojos
con tu luz primorosa:
el Acueducto alza tus ríos de sonrisa,
el Alcázar navega besado por tu brisa,
la Catedral dibuja el perfil de tus rosas.
Y, cuando en la
Fuencisla, la imagen delicada
me sonríe y me mira con materno cariño,
la Virgen del Rosario me acoge como al niño
que aprendió la esperanza mirando su mirada.
Prádena, pueblo mío,
termino mi poema
repitiendo mil veces gratitud encendida.
Tú me hiciste poeta y contigo mi vida
se hace revelación de la dicha suprema.
Nunca me dejes sólo
si el olvido me alcanza;
sal a mi paso siempre en la voz del amigo;
siembra en mi sangre versos de hierbas y de trigo
para seguir nutriendo la luz de la Esperanza.
Y juntos, como
siempre, plasmaremos las huellas
de recia mansedumbre y clara poesía.
La Virgen del Rosario, tu Patrona y tu Guía,
en la noche del mundo, salvará las estrellas.