12/5/23

ENCUENTRO DE INOCENCIAS








(Aparición de la Virgen en Fátima) 


En Fátima es mediodía.

Tres niños, sobre la hierba,

rezan juntos el Rosario

con fervorosa inocencia.

 

Dos relámpagos alumbran

sus pacíficas ovejas.

Aunque el cielo está muy claro,

con presura las congregan.

 

Una Señora muy blanca

sobre una encina pequeña,

entre sus manos orantes

lleva un Rosario de perlas.

 

Para alejar sus temores

la Señora los sosiega

diciendo: “No tengáis miedo

ni sufra vuestra inocencia”.

 

Sólo Lucía se atreve

a preguntar de dónde era.

“Mi pueblo es el cielo inmenso

donde es siempre primavera”,

dijo la blanca Señora

con palabra mansa y tierna.

“He venido a suplicaros

que vengáis en esta fecha

para recibir gozosos

mi bienhechora promesa”.

 

Y Lucía le pregunta

con amistosa prudencia:

¿también nosotros iremos

al cielo, tu casa eterna?

 

La Señora dice: “Sí”

con amable complacencia.

“Pero habréis de rezar mucho

para alcanzar mi promesa.

El corazón de los hombres

está roto por las guerras.

Sólo el amor que se inmola

puede evitar su condena.

¿Queréis hacer sacrificios

para reparar ofensas?”

 

Y Lucía, por los tres,

sin vacilación contesta:

“Sí lo queremos, Señora,

si Tú también lo deseas”.

 

La Señora blanca y bella,

con maternal complacencia

les dice: “Sí sufriréis,

pero Dios os dará fuerza”.

 

Pasan los días y meses

y el enemigo se empeña

en negar que el sol es sol

y que la estrella es estrella.

 

Cárceles y malos tratos

con los tres niños se ceban

pensando que son mentiras

sus palabras de inocencia.

 

Hasta amenaza un alcalde

con poder y sin clemencia

freir en aceite hirviendo

su corazón de azucena.

 

Pero ellos dicen valientes:

“Aunque usted no nos lo crea,

nunca decimos mentiras,

sino la clara evidencia”.

 

Por fin, el trece de octubre,

la Señora blanca y buena

contesta la gran pregunta:

“¿Quién sois vos, que sois tan bella?”

“Soy Señora del Rosario,

rosal de la Gracia Plena

que para amar más a Dios

vengo a visitar la tierra”.

 

“Decid a los pecadores

que lloren y se arrepientan.

Decid a todos los hombres

que con Rosarios enciendan

la luz del amor sincero

que a la vida eterna lleva.

 

Haced en este lugar

una capilla pequeña

en donde nazca mi Hijo

como en gruta navideña”.

 

El sol, cual luna de plata,

daba vueltas y revueltas

y lanzaba a todas partes

ráfagas amarillentas.

 

Incrédulos y creyentes

gritan: “¡Milagro! ¡Clemencia!

La fuerza de Dios alumbra

sobre nuestra parda tierra”.

 

Y se arrodillan y lloran

y buscan la penitencia

que perdone los pecados

que a tantas almas condenan.

 

Los niños gozan al ver

tanta humana primavera.

Y siguen dando a la Virgen

su blancura de azucena.

 

Lucía, Francisco, Jacinta,

sílabas de la inocencia,

como ángeles del cielo

prenden el cielo en la tierra.

 

Fátima será por siempre

el lugar donde la Estrella,

la Virgen Madre de Dios

anida su casta huella.

 

Encuentro de criaturas

de Dios y de gracia llenas.

Encuentro de paraísos

que dialogan confidencias.

 

El hombre sólo se salva

en el nido de la Iglesia.

Amar al Papa es tener

alegría de certeza.

 

Gracias, Lucía, que vives

para confirmar su huella.

Gracias, Francisco, que estás

en el cielo de tu espera.

Gracias, Jacinta, la niña

toda candor y pureza

que junto a la Virgen pura

sigue sembrando inocencia.

 

Encuentro de amor sencillo:

María, la Nazarena,

con los tres niños pastores

alumbra con su presencia.

 

Que todos seamos niños

y que le abramos la puerta

de nuestra casa en penumbra

para que su Luz la encienda.