y Dios se encarna en tu latir caliente.
Tu corazón de niña transparente,
nido de carne, nutre su llegada.
Entre tus brazos pone su morada
y de tu sangre bebe su corriente.
Brizado por tus manos, se consiente
como una rosa en el rosal tallada.
Casa de nieve sin arista fría.
Regazo de la paz, Virgen María,
donde el Señor se arriesga y se aventura.
Guárdanos en tus ojos maternales.
Séllanos con tus besos celestiales.
Fúndenos en tu Hijo y tu ternura.