Mueres, Señor, para salvar la vida.
Asumes la penumbra del pecado.
Testimonias con sangre del costado
la gracia y la esperanza renacida.
Tu carne flagelada, estremecida…
Tu corazón abierto, desgarrado…
El verso de tu voz desamparado…
y la noche rotunda y deicida…
Yo quisiera, Señor, abrir mis manos
y recoger las perlas infinitas
que desprende tu Cruz enamorada.
Todo, Señor, para fundir hermanos,
para hacer de las piedras margaritas
que florezcan al sol de tu mirada.