“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1,14)
La Palabra vino humilde
ocultando sus letras mayúsculas
en la carne afirmativa de María.
Se pronunció sobre el silencio
como copo de nieve
y despertó ansias de besos azules
como el candor.
La Palabra venía buscando
palabras olvidadas;
proyectos de flores
en la tierra descampada
Las humildes pajas y
las plumas desprendidas
sintieron la posibilidad
de ser nidos.
La Palabra penetraba en las criaturas
y desempolvaba sus mejores poemas:
los alojaba en su mirada
como el mar aloja a las gaviotas para editar sus alas de plata.
La Palabra deseaba sembrar,
en los corazones no fértiles,
albas,
ruiseñores
y trigo sin nombre
para los hombres huérfanos de su propio nombre.
Deseaba poblar
con Franciscos de Asís
todos los horizontes entristecidos.
La Palabra era domingo,
campana,
ceremonia del júbilo…
Hoy, Navidad 1985
la Palabra sigue naciendo
y tiene la misma vocación:
restaurar los juguetes estropeados del mundo,
hospedar los motivos de las madres,
compartir claridades y pan reciente…
Confidencialmente os digo:
soy feliz
en el hogar cálido de la Palabra.
Desde aquí
mi único deseo es
compartir con vosotros estrellas
y,
cuando llegue el final de mi peregrinaje por la tierra,
comenzar la Vida
y merecer este epitafio hondo y sencillo:
Su tiempo siempre fue Navidad;
sus pasos, apertura de caminos;
su mirada, sembradura de sonrisas;
su corazón, hogar de la PALABRA.