Caen serenos los días de mi vida
como hojas del otoño, en esperanza
de nueva primavera,
porque Tú vas naciendo en mis raíces.
Todo es silencio
en este crecimiento hacia la hondura.
Amplío mi corazón cuando me hablas
y escucho la palabra de los seres.
Te noto cerca. Dios. El árbol reza
conmigo su existencia.
Vas poblando mi sangre con tus bosques,
con tus ardillas y tus diminutos
pájaros monjes…
Tu vas naciendo en mí. Las criaturas
habitan en mi alma como himnos
a tu presencia cálida y nutriente.
Y vas naciendo en mí, cuando me asombra
tu Verdad infinita revelada
en lenguaje de hombre, carne débil
que suplica un espacio en este mundo.
Yo te lo doy, Señor.
Establo de Belén, místico y pobre,
me lleno de ternura de María
y enciendo las miradas de José.
Tú vas naciendo en mí: me das motivos
para elegir, libérrimo, quererte.
Tú vas naciendo en mí, cuando alejo penumbras
de otros ojos
para que vean tu Luz. Y vas naciendo,
cuando me prodigo en sonrisas de paz,
cuando descubro
ruiseñores alegres en los hombres.
Tú vas naciendo en mí. Tú me construyes
en el amor que crece en mis entrañas.
Tú me haces arquitecto
de hogares y de parques, llenos de niños, en los corazones.
Tú vas naciendo en mí. ¡Gracias, Señor!
Es Navidad perpetuamente cierta
en el hogar de mi existencia tuya.
(Comparto con vosotros lo mejor que tengo: mi felicidad poética de creyente. Un abrazo. Rafael Matesanz)