como las plantas necesitan la savia para vivir.
Soy perplejidad, necesito certidumbre;
soy desacierto, necesito consejo;
soy ignorancia, necesito sabiduría;
soy tristeza, necesito júbilo…
Ven a mí, al despertar:
vivifícame para que abra los ojos
a las personas, a las cosas y a las circunstancias
con visión positiva de cariño.
Ven a mí,
cuando la monotonía del deber diario
enmudece la sorpresa de emociones nuevas.
Ven a mí,
cuando el dolor afila sus flechas
y me espera a la vuelta de todas las esquinas.
Ven a mí,
cuando me fallan los hombres
y rinde a mis amigos el cansancio de la fidelidad.
Ven a mí,
cuando estoy tan solo,
que no tengo apetencia de invocarte.
Ven a mí,
cuando los fantasmas del futuro cruel e incierto
se divierten con mi corazón desvalido y sensible.
Ven a mí siempre,
porque siempre soy
pecado, limitación, esterilidad, sin Ti.
Espíritu Santo:
Que el niño de mi corazón nunca esté triste
sin el Rostro de Mamá-Dios.
Que nunca esté muda la lengua de mi entusiasmo
al contemplarte;
que me hablen las hojas del otoño,
las alondras del amanecer
y los élitros del grillo.
Que me besen las brisas de tu Providencia
Recreándome perpetuamente.
Ven a mí, Espíritu Santo, Dios,
para disfrutar las dimensiones del Padre;
para sentirme cautivado
por la cercanía entrañable de Jesucristo, el Hijo
para intuir el rostro hermoso de la Virgen sencilla;
para notar el calor de la Iglesia-Hogar;
para vivir
viviéndoTe,
participándoTe.
Ven a mí, Espíritu Santo.
Y nada más deseo, porque Tú
Me das la Vida en plenitud
Y en alegría sencilla de Payaso tuyo.
¡Gracias!