LÁMPARAS HUMANAS
tallados por el cincel del aire
y besados por el sol alto de la fe.
Vosotros, míos,
abrigáis mi verdad viviente.
Al fondo de vuestra figura rocosa,
custodiáis manantiales que dan de beber honradez fidelísima.
No tenéis edad:
vuestro rostro predica dimensión eterna.
Todas las sementeras permanecen
en vuestra mirada de esperanza.
Todas las primaveras iluminan vuestros desvelos
con flores de sudor.
Todos los veranos de mieses difíciles
Testigos de Dios, sin
formulaciones teológicas,
predicáis sencillamente teología berroqueña.
Sois plegarias recias
que alumbran caminos eternos.
Sois arquitectos de la esperanza;
escultores del hogar; ingenieros de la palabra firme.
Vuestras manos son
versos de tierra fértil.
Vuestro corazón, empleado en desvelos de generosidad,
es ciudad habitada donde tienen cobijo
todos los huérfanos, todos los tristes, todos los
desamparados.
Vosotros, mujeres y
hombres de mi tierra, Lámparas humanas,
sembradores de oasis en todos los desiertos,
habéis de roturar de nuevo los corazones enfermos de hastío
y sembrar en ellos motivos para vivir y motivos para volar.
Vosotros, columnas de
granito alzando ríos
de aguas transparentes,
habéis de regar la tierra desolada de los hombres sin fe.
Vosotros, pastores
curtidos por austera reciedumbre,
habéis de salvar a las débiles ovejas
de tantos lobos disfrazados de benefactores.
Vosotros, mujeres y hombres con Dios en las
entrañas,
habéis de restaurar la dimensión transcendente del hombre
y enseñarle a volar
hasta el gozo de la filiación divina.
¡Oh lámparas humanas,
hermanas y hermanos míos!
No os rindáis:
seguid siendo salvadores de todas las esperanzas.