CARTA
EN VERSO A JORGE MANRIQUE
cautivo todavía
en la cárcel del tiempo.
Mi
vocación de vuelo descansa en la palabra
para salvar
el límite tangible de las horas.
Tú sabrás
ayudarme con tu hondura encendida
en la
lumbre divina sobreexistiendo siempre.
Tú, que
libaste flores en las estrellas niñas
y salvaste
sonrisas de mañanas eternas.
Herido por
el tiempo, con el tiempo tejiste
versos sobre
la frágil materia de las cosas
y la luz
de tu genio pronunciada en lamento
quedó perpetuamente
iluminando vida.
No te
dejas vivir como los ríos graves
siempre bajando
al fondo en derroche de lunas;
tus aguas
transparentes se evaporan audaces
por el sol
de la fe que te hace nube dócil.
Y nos
llueves, nos nievas en clara mansedumbre
con tus
coplas serenas de esperanza fecunda,
porque el
tiempo se salva cuando somos la siembra
de huellas
que el amor manuscribe en caminos.
Vivimos
para amar, para esculpir la vida
perpetuamente
amando desde latidos breves,
para hacernos
milagro de vida ilimitada
en las
manos de Dios, vida sobreexistente.
Ese dolor
que fluye la sangre de tu pluma
es llamada
que grita en nuestra propia sangre.
¡Si tu río
moviera nuestro viejo molino
para
salvar la harina de nuestro trigo muerto!
Pero, a
veces, corremos sin saber hacia dónde,
volamos
sobre el frío de brillantez metálica
y
encontramos el polvo de la luna apagado
porque
estamos vacíos de misterio perenne.
Jorge
Manrique, ciervo que saltaste la valla
del tiempo
dolorido con llagas de ceniza,
da a los
hombres cordura para encontrar el alba
tras el
mar de la muerte sereno de silencio.
La muerte
de tu padre fue descanso cumplido:
su querer
fue concorde con el querer de Dios,
su vida
edificando la torre de la vida
alcanzó a
las estrellas para encender tu verso.
Jorge
Manrique, amigo, afirmo la estatura
de eternidad
que enciende tu verso confidente.
Nos cumple
tener tino para andar la jornada
sin errar
el camino hacia la luz eterna.
Mi pobre
verso fluye manso agradecimiento
a tu verso
tan rico de mares sin riberas.
Siémbralo
desprendido desde el astro en que moras
y alumbra
la mirada del hombre sin caminos.