NIÑOS
(…el niño, sonrisa de Dios a la humanidad herida y que siempre atrae mi especial atención: Rafael Matesanz)
Desde que me conozco está mi sangre conjugada con los niños.
La pobre sustancia de mis arterias, simple tierra y agua,
acaso nieve,
se modula en sus dedos
inocentes escalando la altura de sus sueños cuando juegan.
Con ellos gozo, con ellos sufro:
he quedado huérfano o he muerto
con ellos en todas las guerras de pólvora;
estoy pidiendo pan o arroz con
todas las manos desnutridas
que arden sus tiernos huesos
como ramitas desgajadas del otoño;
se manchan mis pupilas cuando
alguien, diestro en homicidio de vírgenes,
lanza a los ojos del niño
murciélagos de cieno;
se hiela mi sonrisa cuando los
enfermos de tecnicismo retórico
clavan su aguijón en el gozo
reciente del misterio intuido por el niño.
Sí, conjugado mi polvo con el
niño
me sorprendo espontánea flor
que ampara la sonrisa de Dios.
Por eso, con derecho os digo
que somos más responsables del odio justificado
mientras el niño esté
atravesando por lanzas adultas;
os digo que la paternidad está
marcada con el sello divino y no son padres
quienes anudan como serpientes
ávidas su biología; os digo -sin infantilismo- que estamos llagados de
inmadurez si no sabemos jugar con los niños;
os digo que los niños hablan y
lloran y mueren y apenas lo sabe el hombre;
os digo como llamada final,
que, mientras un niño sea, está cerca Dios.