diste garantía a nuestras resurrecciones.
Nuestra vida, incluso la del cuerpo,
no termina en la muerte y en la nada .
Tu eres Dios de los vivos. Eres el Padre
de la Vida.
No cabe en nuestra sabiduría de
hijos tuyos, el horizonte dramático
del nihilismo.
Nacimos para vivir viviéndote a Ti
que eres la Vida Eterna.
He aquí la honda raíz de nuestra
alegría imperecedera.
Ser hijos tuyos equivale a ser
eternos, a poseer para siempre el
paraíso de tu cariño eterno.
Carecen de identidad los motivos
de nuestras tristezas, si saboreamos
nuestra filiación divina.
Yo, Padre, te pido, para gozar
de perenne alegría la clarividencia
de sentirte Padre mío; de palparte
Padre mío, de abandonarme en tus
manos omnipotentes y omnicariñosas
que, superando los límites del tiempo,
me regalan la eternidad.
Una eternidad feliz. Para eso
me creaste, para comunicarme
tu eterna felicidad. Yo, con la misma firmeza
creyente con que contestó Marta,
la hermana de Lázaro, quiero contestar a tu Hijo:
“Creo que Tú eres el que tenía que venir,
el Hijo de Dios, la Resurrección y la Vida”.
Gracias, Padre. Gracias Vida,
Gracias Amor sin límites de
tiempo ni de espacio.