tu noche sin estrellas.
Fue tu Sangre la luz que nos guiaba
por calles de amargura.
Viernes morado con olor de muerte.
Envolvimos tu cuerpo y lo enterramos
en el sepulcro abierto y en el alma.
Tu Madre con silencio Te sembraba.
¡Labradora de amor y de esperanza!
¡Oh sábado larguísimo sin flores
ni versos en los ojos al mirarnos!
No estabas Tú. No estaba tu Palabra
prendiendo hogar, nutriendo de caminos
la pobreza sin rumbo de la tarde.
Dos noches con insomnio y asedio
de sombras erizadas y arrogantes.
Y llegó el primer día de la semana.
Alba primera. Flor primera. Llamas
de la primera lumbre de Esperanza.
El sepulcro vacío pregonando
tu vuelo de victoria omnipotente.
María Magdalena portadora
del paraíso de tu voz amiga.
¡Estabas Vivo, Amor, estabas Vivo!
Los tímidos apóstoles surgieron
del sepulcro del miedo y del fracaso.
Otra vez tu Presencia devolvía
el sentido a la vida y a la muerte.
“La Paz. Mi Paz os doy”, y se la dabas
como quien parte pan en la comida.
Todo empezaba a ser a estar creado
de nuevo y con hondura de promesa.
Era distinto el sol y las estrellas.
Era distinto el árbol y la brisa.
Encendiste caminos en la sangre
del grupo fiel recién resucitado.
El Árbol de la Cruz fructifica
para encender alondras en el mundo.
Se estrenaban miradas y sonrisas
con raíces en Ti, que estabas Vivo.
¡Oh Jesús! ¡Oh Señor de la Esperanza!
Tú transfiguras todo. Tú revives
el lánguido latido de la carne.
Hoy, en el siglo veinte demacrado
de tanto caminar a ningún sitio,
necesitamos tu Presencia Viva,
el eco de tu voz que nos pronuncie
como a María, con su propio nombre.
Pronúncianos, penétranos, envuelve
con el hechizo de tu luz divina
nuestros ojos cansados, nuestras manos
y nuestro corazón desempleado.
Soltaremos palomas mensajeras
en los cielos estériles y rotos.
Sembraremos Tu Paz Resucitada
y nos haremos resucitadores
para dar, desde Ti, la Vida nuestra
que no cesa jamás porque es la Tuya.