para envolver los miembros del Maestro querido.
Todavía las sombras oscurecen las sendas;
todavía suspira su corazón herido.
Una tímida alondra presagia la esperanza
y remonta sus ansias en clarísimo vuelo;
pero el torrente amargo del llanto se abalanza
en las caras marchitas por hondo desconsuelo.
Están muertos los labios que regaban el alma
con palabras de vida y recia mansedumbre.
El día que se inicia es noche que se empalma
sobre el rumor del valle y el dolor de la cumbre.
La envidia disfrazada de juicio y de prudencia
ha clavado los miembros del Amor infinito.
Sólo queda el vacío de la trágica ausencia
como río de sangre vertido y manuscrito.
Pero el Señor madruga para subir al monte
donde el Amor consuma su luz transfigurada.
Y la Cruz verdecida decora el horizonte
en mansa primavera de mansa madrugada.
ESTÁ VIVO EL SEÑOR: sus ojos iluminan,
sus palabras encienden caminos de alegría.
Flores, nombres, estrellas entretejen y riman
el verso de la vida en el eterno día.
Mañana del Domingo: mujeres asombradas,
soldados temblorosos, apóstoles ocultos;
pobres enriquecidos, palomas despertadas:
la paz que nos invade en floración de indultos.
Mañana del Domingo: la Fiesta sin despojos,
la Pascua que libera nuestra carne cautiva.
EL SEÑOR ESTÁ VIVO: nos habla con sus ojos
encendidos con llama perpetuamente viva.
A vosotras, mujeres, riquísimas esposas
del Amor infinito, muerto y resucitado,
os dedico estos versos de estrellas y de rosas
para deciros “Gracias” por tanto amor salvado.