Encontrar a Jesús en lo profundo,
donde brotan las fuentes de la vida:
allá, en el corazón.
Mirar su Rostro único
y dejarnos mirar por su mirada…
Permitir que nos robe el pensamiento
y entronizarle en el afecto íntimo…
Saber que, si Él habita en las entrañas,
el horizonte alumbra sus caminos
y sus caminos se hacen confidentes
a nuestro paso, a veces, tembloroso.
Todo es cuestión de amor a Jesucristo…:
los minúsculos seres resucitan
cuando Jesús habita en nuestros ojos…
El dolor se hace fértil crecimiento
talando ramas secas de capricho…
Se siente por la sangre la alegría
de haber hallado el campo del tesoro…
Encontrar a Jesús: quedar prendido
en sus ojos, su gesto y sus palabras,
es poseer aquí la “vida eterna”.
Es haber encontrado la alegría
de ser “alguien” mirado con amor.
Jesús es el Señor: está presente
Resucitado y Vivo. Nos alumbra
las noches más oscuras.
Ha venido a “servir” y “sirve” tanto,
que se hace intimidad en el Sagrario
y alimento perenne en la locura
del Misterio Pascual de cada Misa.
Nace Jesús humilde en el establo
de nuestras manos pobres y tan frías…
Nace para nacernos, renacernos
cuando el asedio de las sombras daña
nuestros hondos motivos del vivir.
Encontrar a Jesús es doctorarnos
en el origen de la poesía,
es conocer la ciencia y sus misterios,
es leer con reposo en las estrellas
y disfrutar su luz.
Encontrar a Jesús es dar respuesta
a todas las preguntas;
es sentirse querido por el Padre
y compartir el júbilo de hermanos.
Encontrar a Jesús es Nochebuena,
perpetuamente Buena en el asombro.
María, Virgen, ven a nuestro establo
con Jesús en tu seno y que se cumplan
los días de tu parto en nuestras almas.