Gracias, Señor:
me regalaste la existencia
sacándome de la nada
con tu fuerza omnicariñosa.
Desde que nací, me cuidas con la ternura de corazón materno.
Tú eres el Origen de los desvelos de mis padres hacia mí.
Tú eres el Origen de las criaturas que me rodean y me asombran.
Intuyo tu Presencia donadora en la hermosura del bosque:
robles, enebros, acebos…, danzan, para mí,
al compás de los besos musicales del viento.
Sales a mi encuentro,
cuando no siento tu filiación
o me extravío lejos de la fraternidad cósmica.
Te acercas a mí, más entrañablemente todavía,
en la Palabra, tu Hijo, que me habla en lo íntimo
con palabras humanas y divinas y con miradas humanas y divinas.
Él, Jesucristo, me comunica su vida, su vida trinitaria en el Espíritu,
a través de la Iglesia, permanente presencia maternal tuya.
¿Qué hacer, Señor, para no deshacer en mí
tu obra realizadora y madurante de mi ser…?
Quedo abierto a la gratitud.
Quedo abierto al asombro jubiloso y a la alabanza.
Me lleno de Ti: Te adoro
y me trasfundo con sencillez enamorada
a las criaturas que aún ignoran tu Amor:
Soy Misionero que desea identificar su persona con su mensaje
que es el tuyo.
Asegúrame en la entrega.
Asegúrame en la fidelidad.
Asegúrame en la alegría de ser respuesta libérrima y plena,
a tu cariño incesante.
Gracias, Señor. Gracias, Amor, Amante y Amado.