Encontrar el paraíso
en la tierra lacerada
es encontrar a la Virgen,
la Virgen Inmaculada.
Mirándola se diviniza
el horizonte divino.
Siguiéndola nacen flores
a la vera del camino.
Cuando la Virgen sonríe
se respira la pureza
del mismo Dios que se plasma
en femenina belleza.
Su corazón transparente
en vasija de cristal
que lleva dentro las mieles
de vivencia teologal.
Cuando la Virgen camina
se arrodillan las estrellas,
porque nacen otras nuevas
en el beso de sus huellas.
Tiene la Virgen María
sencillez de violeta
que inspira versos ocultos
al corazón del poeta.
Cuando se quiere a la Virgen
la Virgen paga con creces
porque el hombre fraterniza
con las aves y los peces.
Los teólogos aprenden
teología en sus pupilas
porque al mirarla contemplan
al mismo Dios entre lilas.
Los niños se hacen más blancos
arropados con su nieve
y sienten gozo de cielo
palpando su frío leve.
Los jóvenes se aventuran
a poblarse de rosales
para dar a la Señora
sus virtudes teologales.
Los maduros van tallando
familias de amor fecundo,
porque la Virgen impulsa
a santificar el mundo.
Y los ancianos superan
los fríos del crudo invierno
porque la Virgen enciende
su corazón a lo eterno.
Y es que la Virgen expresa
la más sublime hermosura
que la pluma Trinitaria
escribe en la criatura.
Hija del Padre querida;
Madre del Hijo entrañable;
esposa dócil y fértil
del Espíritu Impalpable.
María, excelso poema
que manuscribe el Amor:
su cuerpo y alma son versos
de inmaculado candor.
Ella, con su forma humana
da forma al Amor divino
cuando nutre con su sangre
al Hijo de Pan y Vino.
Ella, siempre sumergida
en la fe de confidencia,
en la esperanza más firme
y en el amor de vivencia.
Ella, pobreza sencilla;
castidad inmaculada
y obediencia de “Hágase
tu Palabra enamorada”.
Ella, doctora de labores
de la vida cotidiana.
Ella, corazón silente
que despierta la mañana.
Ella, Virgen sembradora
de la eterna primavera
donde florecen las flores
de la sangre misionera.
Ella paz, Ella silencio.
Ella luz de llama viva.
Ella, maestra de asombro
en vida contemplativa.
Contemplando su figura
vemos de Dios la sonrisa
porque el Espíritu Santo
nos la sopla con su brisa.
Venid a este cielo hermoso.
Venid a Santa María.
El mismo Dios nos invita
a gozar su cercanía.
No hay felicidad completa
en esta tierra marchita;
pero ensayamos el cielo
junto a la Virgen bendita.