14/4/23

SEÑORA DE LA ESPERANZA Y DE LA RESURRECCIÓN

 







¡Que firme tu Esperanza cuando el frío

del sepulcro guardaba tu semilla!

Callada y enterrada Te quedaste

nutriendo, como siempre, su silencio.

Moriste cuando El, aunque tu vida

de Madre rota en pie nos sostenía

la débil esperanza.

 

¡Señora del dolor y del aguante

frente a todas las furias de la noche!

¿Qué palabras decías a tus hijos

en el silencio largo de esas horas?

¿Qué miradas de aliento se esparcieron

desde tus ojos fieles y maternos?

¿Qué espada transitó por tus entrañas

cuando nadie esperaba su retorno?

 

Estabas sola, densamente sola:

callaba Dios, tu Hijo, y sus hermanos

huían de su miedo a ningún sitio.

¡Oh madre de la Iglesia! Tu silencio,

tu ardiente soledad alimentaba,

otra vez como aquellos nueve meses,

el Cuerpo desvalido que nacía.

 

¡Cuánto calor de sangre floreciendo

sin que nadie entendiera tus poemas!

¡Poetisa de Dios! ¡Madre del Verso

manuscrito por Dios en tus entrañas!

 

Y llegó aquel Domingo y escuchaste

narraciones de nieves y de arcángeles.

Brotaban las palabras como fuentes

de fresca primavera alborozada.

La sorpresa en los rostros esparcía

miradas inefables de misterio.

Y Tú escuchabas como quién confirma

los motivos del Sol donde reside.

¡Virgen resucitada desde siempre!

¡Virgen jamás herida por la duda!

¡Virgen de la Esperanza y de la llama

perpetuamente viva en el silencio!

Cobíjanos, alúmbranos por dentro

con certidumbres cálidas y mansas,

para que todo en nuestra vida sea

Testimonio de Luz Resucitada.