Caminamos con hambre. Nuestros ojos
preguntan a la estrella y a la hormiga.
Anhelamos llegar a cualquier sitio
y, logrado este sitio, comenzamos
de nuevo a galopar sobre el anhelo.
Presentimos, buscando, un algo pleno.
Nos nutrimos con hambre del Gran Ser.
Tú, Señor, de más hambre te nutriste
aquella noche que corriste el riesgo
de darnos de comer tu Pan de Vida.
Sabías que el amor nos esperaba
en todas las esquinas del cansancio.
Ese amor encarnado eres Tú mismo:
Te hiciste hambre de que comiéramos
para saciar eternamente el Hambre.
(Amor Eucarístico 2)