Nacer aquella noche de Belén,
notar el cálido regazo de María,
limpiar el llanto de tus ojos nuevos
con mi mirada virgen derramada,
salvo plácidamente la distancia
entre Divino Ser y carne humana;
más ya no está la flor que te nacía;
sólo queda el establo y el invierno
en esta Navidad perseverante.
María se fió de nuestros labios
como Tú te fiaste, Dios Amigo,
en el lance inefable del amor.
¡Nuestros labios febriles y manchados
de beber en río de tu vida
las aguas turbias que agonizan casas
quebradas en espejo transeunte!
Temblamos al hablar para que nazcas.
Temblamos declamando el gran poema
que te encarcela a la sustancia nuestra;
“Esto es mi Carne, Esta es mi Sangre misma”
Y el misterio de amar nos resucita
calladamente, nos desencarcela
de la materia fría, nos transforma
en hijos de la fe, nos diviniza.
(Amor Eucarístico 3)