En un vergel de flores delicadas
naciste tú, pequeña Teresita.
Te alumbraba la fe cuando la noche
asediaba tu cándida inocencia.
Iba Dios, alfarero de tu alma,
tallando el barro de tu carne débil
con sus dedos besando tus entrañas.
Tu notabas su pulso y su cariño
como notan al sol las flores blancas.
Las ansias de quererle te crecían
hasta hacerte su esposa adolescente.
Besos eran los pétalos que alzabas
volando hasta su Cuerpo- Eucaristía.
Besos eran tus sueños dibujando
penumbras confidentes de convento.