Humilde, fuerte, clara, nacida en la montaña
derramabas tu agua en tímidas raíces.
Te sentías tan leve de pura transparencia
que olvidaste soñar que el sol se enamoraba
Pero el sol infinito te sorprendió en el alba,
besó tus aguas puras, evaporó tus ansias
y blancas nubes madre, aceptaste llover
sobre los desolados desiertos de los hombres.
Esclava jubilosa del Amor comenzaste
a reinar en la carne novísima de Dios.
Cada latido tuyo esculpía un detalle
de sus manos, sus pies, su inmenso corazón.
¡Qué firme confianza hecha total respuesta!
¡Qué activa sumisión al deseo divino!
¡Qué serio compromiso sumergido en la sangre
hasta tornarte fuerte de gratitud materna!