Señora y Madre del Amor, María:
Abro mi voz en verso confidente
para ser más sincero en la plegaria
porque mis noches, sin pensarlo, lucen
ruiseñores heridos en el alma.
Soy, Tú sabes, arroyo que camina
al mar azul de tu corazón eterno,
entre rocas ariscas que flagelan
mis aguas niñas y mis peces niños.
Desplazado en el mundo, sacerdote,
cansado, a veces, de llorar en alto,
a veces, turbio de lavar arena
adulterada con arcilla estéril,
deseo dialogar con tu sonrisa
para hacerme sonrisa caminante.
El siglo XX, Madre, tiene sed
se devora de sed, mientras inmola,
con éxtasis de nidos su vacío.
Los hombres, desinteresados, sin misterio
yerguen su soledad como conquista.
Se profanan palabras y se afilan
los colmillos deicidas del instinto.
Habita entre nosotros una plaga
de soberbia sutil que profetiza.
Y la virginidad que alzó tu agua,
besada por el sol enamorado,
a ser nube blanquísima y fecunda,
-Madre pura de Dios y Madre nuestra-,
se vitupera calumniosamente
como prejuicio de ignorancia arcaica.
El Amor está sólo, es un mendigo
sin derecho a tender su mano amiga.
Estamos solos, Madre, y ostentamos
nuestra orfandad como bandera.
Yo carne fraterna flagelada
por tanto viento helado del infierno
también me siento solo. Escúchame,
perdóname si mi filial palabra
se vierte dolorida y crudamente
pero sólo relato los volcanes
de sangre con su hiel.
Por eso llego a Ti, por eso vierto
mi desahogo en esta carta humilde.
He de ser fiel al vuelo que me urge.
Quiero empalmar la cal con las estrellas
quiero sembrar plegarias en los ojos,
traducir el lenguaje de los seres
que declama poemas de su mamá.
Tú plantaste rosales en tus venas
para rezar con pétalos de niños.
Tú anidaste jilgueros en tus bosques
para vestir primores juveniles.
Te maduraste luz en el silencio
para brotar afirmación de entrega:
Te hiciste sí de carne femenina
y, a tu forma el Amor talló su forma
-débil niño en la cuna de tus brazos-
Tú fuiste y eres plenitud de gracia,
alba de santidad, protopalabra
del cariño de Dios que se derrama.
Mujer de Luz manando de tu blanca
la exacta forma del amor materno
que Dios necesitaba para darse.
Eres tan Virgen que te entregas Madre;
eres tan Madre que Te inmolas Virgen;
eres tan fuente clara de montaña
tan sencilla de pura transparencia
que sabemos que existes por los rayos
de sol que nos sonríen tus reflejos.
En Ti, Madre, descanso confiado
como niño que duerme blancamente.
A tus plantas descargo mis alforjas
grávidas de suspiros fraternales.
Traigo niños con hambre y con los ojos
por murciélagos de cieno.
Traigo ríos de sangre juvenil
sin campanas de bronce virginal.
Traigo ceniza adulta que se hastía
de tanto vuelo sin hacer estelas.
Traigo espigas ancianas que no tienen
granos de eternidad en sus entrañas.
Pero los traigo a Ti, Virgen María,
primavera fecunda que derrama
milagros de ternura y de consuelo.
Los traigo en mi plegaria filialmente.
Me traigo a mí cansado, pero hijo
seguro de encontrar en Ti morada
aire gozoso que me vivifique
para seguir llamando a la esperanza,
para seguir cantando los caminos
de amor crucificado que redime
para seguir colgando las estrellas
en las noches oscuras de su alma.
Gracias, Madre, a tu lado como Pedro,
como Santiago, Juan, Felipe, Andrés,
gozo mi sacerdocio en las entrañas
soy palabra encendida: su Evangelio.