Perdón, si hablo; pero necesito
dejar el corazón en unos versos
de gozo transparente.
Es Navidad feliz en mi pobreza,
a pesar de las noches asediantes.
Las Verdades del Credo que profeso
inundan mis entrañas de alegría.
Digo “Dios Creador” y me cobija
el abrazo del aire y de las flores.
Digo “Padre” y el alma se me llena
de sonrisa filial.
Digo “Jesús”, Hijo de Dios, nacido
de la Virgen María” y se hacen míos
detalles y latidos de su historia:
Belén, Egipto, Nazaret, montañas,
palabras en la Cruz, “Mi paz os dejo”…
Está Jesús presente por mi sangre
al pronunciar su Nombre.
Soy pastor jubiloso hacia el establo
de todas las pobrezas.
Recupero palabras soterradas
para cantarle: ¡Gracias!.
Y sin cesar me da su Nacimiento
en cada Sacramento de la Iglesia.
Me lava su perdón. Me comunica
la vida de los Santos.
No deja de nacer embriagándome
con el don del Espíritu.
¡Oh, Jesucristo, plenitud Viviente,
que impregna mi existencia!
Vivo el asombro de sentir que nace
alumbrando mi sombra.
Y, así, con El, disfruto la esperanza
de la Resurrección y Vida Eterna.
Es Navidad, aunque la noche densa
me cerque impertinente.
Y esta fe, Navidad de gozo inmenso,
culmina en mí, cuando su voz susurra
en mis oídos la palabra “Amigo”.
Soy sacerdote suyo: otra locura
de su Bondad sin límites.
Salgo de mí para quedar fundido
en vocación perpetua de traerle.
“Esto es mi Cuerpo”, digo, y en mis manos
se aventura a nacer. Yo me debato
y pregunto: ¿Por qué, si no soy digno?
Pero El sonríe silenciosamente
sobre el blanco pesebre del altar.
Llamo a su Madre y a José que llegan,
cargados de ternuras,
para arropar su pequeñez, tan dócil.
Decid, amigos, ¿a pesar del lodo,
no es posible la nieve siempre ilesa?
¿No es posible salvar cielos de panes
si nace Dios de Pan entre las manos?
¡Es Navidad! ¡Es Navidad! Debemos
ser pastores y magos jubilosos
que se arrodillan ante el Dios hecho de carne.
Debemos ser la paja que amortigua
aristas del pesebre.
Debemos ser amor: fe florecida
en servicios de balde,
en sonrisas de balde,
en mirada intuitiva que redime
el verso de las cosas ordinarias.
Debemos dar espacios de silencio
a la voz infinita. Dios espera,
para nacer, nuestro cariño pobre.
Suplica confidencias encendidas.
Se acerca al corazón calladamente.
Y nace en él feliz, como en aquella
“plenitud de los tiempos”. Dios nos dice
su Palabra Inefable.
¡Oh locura de Amor! ¡Dios-Niño siempre
en el regazo de la Iglesia Madre!
Perdón, de nuevo, y gracias. Me habéis dado
el gozo de leer mi confidencia
y compartir conmigo la Esperanza.