“…Y Le acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7)
Apenas puede nacer Dios: no encuentra lugar.
Y necesita poco: sólo un establo
con manchas húmedas y grietas
por donde se asoman las estrellas;
sólo algún corazón sin peso metálico y con alas de ternura;
sólo la cálida disponibilidad de un pesebre con pajas de silencio.
Pero, hoy, escasea lo sencillo: ese territorio del hombre
donde la sonrisa, carente de mentira,
cultiva parques de convivencia con niños;
donde la palabra -nunca hiriente- articule confidencias;
donde las manos y las miradas construyan hogares…
¿Qué sombra de qué oscuro abismo
ha robado al hombre la gratitud y la sencillez?
¡Qué perjuicios airados
combaten el paraíso evangélico de lo pequeño?
¿Qué humo de falso progreso contaminante
entenebrece la esperanza de las hojas verdes y de las pupilas
candorosas?
No es posible la alegría si no dejamos espacio
para que nazca Dios.
Mesoneros somos en el mesón del mundo
cada uno de nosotros dispone de hueco,
de un establo, quizá olvidado, en la selva arrebatadora del consumo
que nos consume estérilmente o nos devora.
Otra vez llama José con mano recia de carpintero,
salvador de misterios íntimos.
Otra vez, María, con mansedumbre confidente de embarazada
nos mira a los ojos y nos suplica
el nido humilde de la generosidad y de la ternura.
Otra vez tenemos la oportunidad de alcanzar el gozo navideño
con sólo hospedar a José y a María, que trae en sus entrañas
la locura sencilla de Dios hecho hombre.
Mesoneros somos en el Belén Cósmico:
nuestros pies, en nuestras manos, en nuestros ojos,
en nuestro corazón y en nuestros labios
tenemos la frase posibilitadora de Salvación:
“Entrad, María, José, entrad en el establo de mis entrañas
y que mi noche fría y desesperanzada
se convierta para siempre en NOCHEBUENA”.
Mesoneros somos, mesoneros: dueños todavía
del caserón del tiempo -minutos, horas, años…-
donde cabe el Acontecimiento -DIOS HECHO HOMBRE-
que cambia las tinieblas en luz, el desencanto en esperanza,
la tristeza en alegría…
Mesoneros somos…¿Abriremos a Dios nuestro viejo caserón
para que desaparezcan nuestros rincones de penumbra?