Llegas de puntillas cuando la historia siente el desasosiego del vacío sin Ti.
Brizado en las entrañas purísimas de una Virgen amanece tu Luz de carne.
Se entusiasma Contigo la pobreza
y hasta las pajas humildes entonan salmos amarillos y cálidos para Ti.
Nunca habría soñado el pesebre en convertirse en trono de Dios.
Nunca la noche habría imaginado descargar de sus espaldas oscuras el peso amenazante.
Pero Tu, Dios Niño, con sola tu presencia
cambiaste su manto de sombra por el blanco sayal del gozo.
Contigo la noche adquirió el nombre reconciliador de personas y de hogares:
se llama Nochebuena.
La Nochebuena se asoma por los balcones de las miradas
y esparce sonrisas como palomas de paz.
La Nochebuena recolecta la vegetal ternura del musgo y convierte a los niños
en ingenieros de caminos y puentes
por donde pasan los pastores y magos buscadores de tu estrella.
La Nochebuena devuelve al hombre los paraísos perdidos de su alma.
Es el beso candoroso de tu divina e infinita humildad
en la hondura de su corazón: es la convocatoria al niño que duerme en sus entrañas.
Haznos sencillos, Señor, para percibir y disfrutar tu llegada en carne.
Arráncanos de la voracidad del consumo esclavizante.
Llénanos con el asombro feliz al contemplar tu locura de amor.
Que tu mansedumbre barra todas las heridas de nuestra sangre rebelde.
Conviértenos en copos de nieve que visten el silencio de la ternura.
Nace otra vez, Señor, en el establo de nuestra pobreza y retira
las telarañas de nuestros olvidos;
las discordias de nuestros erizados egoísmos;
las nieblas de nuestros ojos negativos.
Nace otra vez, Señor, en las rejas que abren el árido corazón de la tierra;
en las plumas que recolectan el latido del verso;
en las manos que condimentan el diario alimento;
en los ojos que escudriñan las entrañas del átomo…
Nace otra vez, Señor, cuando se desploman los valores
y amenaza ruina el edificio interior del hombre.
Nace otra vez en el desván de los sueños ultrajados;
en el cataclismo de los amores marchitos;
en la insensibilidad de los cadáveres vivos;
en los estómagos doloridos por la mordedura del hambre…
Nace en el vacío de los niños huérfanos con padres vivos
Nace en las terribles soledades de los hacinamientos urbanos.
Nace en el alarido de los débiles cuando se sienten apuñalados
por la colonia de cardos superpotentes.
Nace en el silencio de los niños condenados a muerte
en las entrañas de sus madres por el solo delito de existir.
Nace en la llamada de socorro de la naturaleza maltratada…
Nace de nuevo, porque todavía quedan establos de sentido común
que añoran tu llegada salvadora del hombre.
Pero, ¿cómo Te digo que nazcas si nos estás convocando
con la palabra de la Iglesia al llegar el Tercer Milenio…?
¿…si nos estás diciendo: “Dejadme nacer”?
Perdona, Señor, y abre el establo de cada uno de nuestros corazones
con la cálida disponibilidad de María y José;
con la presura gozosa de los pastores para verte;
con el esfuerzo peregrinante de los magos para adorarte.
Alcánzanos el paraíso de besar tus pies de Niño y quedar cautivos
en la libérrima felicidad de tu locura de amor.
Que, siempre en Navidad, sembremos Navidades en todos los rincones del mundo:
Toda la tierra, Belén; todas las noches, Nochebuenas; todas las nieves,
fiesta de candor; todos los ríos, fecundidad de primavera; todos los afanes,
veredas de esperanza; todos los sufrimientos, sembraduras de eternidad;
todos los latidos del hombre hogares para Ti, Señor.
¡Oh Dios, con vocación de nacer siempre entre nosotros,
que nada ni nadie impida tu Nacimiento!