No escribiste nada, Virgen María; hablaste poco;
pero eres la mayor poetisa
porque latiste mucho y quedó tu latido impreso
en la historia y en el universo.
Un latido cálido, afirmativo, ascendente.
Esas pocas veces que hablaste quedaron tus palabras esculpidas
en un “Sí” irreversible y vivo:
“Hágase”. “Glorifica”. “Alegra”. “Vino”. “Hijo…”
Y tus gestos también fueron donación: “Sí” en todo lo que hacías
visitar, confidenciarte con Isabel,
envolver en pañales a tu Palabra desvalida,
alimentarla, besarla, mirarla…,
buscarla desveladamente hasta hallarla en el templo,
intentar sostenerla de pie junto a la Cruz…;
cuidar maternalmente a los discípulos…
Y sigues así desde el cielo:
cuidando celosamente nuestra fidelidad
para que seamos poetas del “sí”, afirmativos,
resucitados y resucitadores.
Madre, que culminemos felizmente el poema
de nuestra existencia
a la luz perenne de tu “SÍ”.