5/3/23

VUESTRA AUSENCIA ME HABLA DE DIOS

 

 

Os habéis ido, hermanas,

a poblar la selva virgen

con la pobreza virgen de Dios.

 

Claras sois, casi invisibles;

pero cada árbol, cada pájaro, cada montaña, cada acequia

está llena de vosotras

para decir “gracias”,

para cantar el salmo del silencio habitado.

 

Dais dimensiones de altura

a las cosas pequeñas

que tocan vuestras manos, vuestros ojos.

Llenáis con volumen de Dios,

todos los huecos lacerantes

del anhelo.

 

Vuestra ausencia

me habla de Dios

porque sois palabra incontaminada de misión de amor.

Duele, es cierto,

el espacio interpuesto entre los cuerpos;

pero no hay

exilio del corazón;

se funden nuestros latidos,

salvando la distancia,

alargando la luz,

difundiendo el calor

del mismo hogar,

entrañablemente cálido,

que nos cobija y nos posee: Dios. 

 

Vuestra ausencia

es, para mí, presencia alentadora,

porque soy más rico:

he ampliado el círculo

de seres a quienes amar:

Son míos, franciscanamente,

los pájaros exóticos que miran vuestros ojos;

mías, las lágrimas de vuestros ojos compadecidos del hombre desvalido;

mío, el silencio de

vuestro Monasterio adolescente;

mía la canción de

“Paz y Bien” que irradian

vuestros ojos.

Gracias, queridas Misioneras Clarisas.

 

Vuestra ausencia

me habla de Dios,

de ese Dios-Pobre

que carga feliz

con el peso de los

más pobres del mundo.

 

Mi felicidad sacerdotal

recibe de vosotras

alegría,

estímulo,

aliento,

alas…

Alas con las que

vuelo hasta vosotras

para cantar juntos:

“Alabado seas, mi Señor”.