Ningún dolor, Espíritu Divino,
como el vacío hambriento que nos muerde.
Vacíos nuestros ojos que no saben
leer el infinito entre las cosas.
Vacías nuestras manos que no tocan
con pulso de cariño laborioso.
Vacíos nuestros pies, torrentes secos
que caminan con prisa hacia la nada.
Vacías nuestras almas, que no liban
eternidad pensante, cuando piensan.
Vacío el corazón desempleado
de cariño sincero y generoso.
Ven, Espíritu Santo. Llena el hueco
de nuestro ser deshabitado y triste.
Llénanos del amor que no perece
aunque nos hiera el frío del declive.
Llénanos de latidos adorantes,
de minutos densísimos sirviendo.
Llénanos de Ti mismo. Y la sonrisa
florecerá motivos de esperanza.