Y tú, Señor, ¡cómo eres?
No nos bastan tus reflejos
necesitamos ver tu rostro,
intuirle al menos,
desde nuestra párvula estatura
de niños.
Porque siempre que pensamos en Ti, Señor
nos parece que Tú
eres más.
Mucho más.
Más sabio que sapientísimo,
más perfecto que perfectísimo,
más poderoso que todopoderoso
más inmenso, que al margen de todo límite,
más simple, que carente de composición.
Y sobre todo
más bueno que santísimo…
Pero ¡cómo eres, Señor?
¿nos vas a tener así?
Eres, eres. Existes…
Bueno, basta,
seamos felices arropados
a tu cálido manto
con certeza
filial…