Adán era consciente
gustaba
su limpia verdad e hombre
en el vértice excelso
de lo creado.
Su inteligencia pronunciaba a los seres;
daba matiz luminoso a los colores;
música, a los sonidos.
Le faltaba sólo
desenterrar el poema
de lo menudo y de lo magno,
de todas las cosas.
No era plenamente feliz.
Tú, Señor,
pendiente siempre de su alegría,
lo notaste;
y, al despertar,
la luz hermosa
de unos ojos distintos
encendía su sangre humana y sola.
Revivía su poema enterrado en
cada cosa.
A su lado estaba
ella: su sueño vivo
de las flores.
Adán Te dijo “gracias”.
Su mejor carne estaba
allí, cincelada por Ti.
Y le llamó mujer,
y escribió su nombre
en la llama de todas las estrellas
en el beso de todas las riberas.
Y a partir de aquel momento
entendió
el misterio fecundo
de la primavera.
Y Adán repetía
“gracias, tu mano generosa”.
Señor, nosotros, jóvenes del
siglo XX, ¿sabremos repetir en
el amor limpio su
palabra gracias”?