Ya Sabemos como eres, Señor,
nos lo has dicho Tú.
Nos lo vas diciendo
con el estilo siempre nuevo
que exige la relatividad
de cada momento histórico.
Pero siempre con voz confidencial.
Así hablabas
al pueblo judío
de “dura cerviz”
con amenazas en ocasiones,
y con azotes,
azotes de madre a hijo rebelde.
Confidencial era tu voz
en la cortante austeridad
del Bautista.
Confidencial
porque entonces
no había otro idioma
revelador de tu vida.
Por fin, tu Palabra
se hizo carne
en efusión de tu ser.
Tu Hijo
nos reveló todo a plena luz.
Y continúa
la misteriosa revelación,
condicionada ahora -¡detalle de cercanía!-
a nuestras manos, tal vez manchadas;
a nuestros labios, tal vez febriles;
a nuestros pies, tal vez llagados de galope sin rumbo…
Pero, ¿cómo escuchamos tu confidencia…?
¿Cómo el marido adúltero
hastiado de la fiel esposa?
¿Cómo el amigo hipócrita,
soñando la delación sarcástica
a la vuelta de la esquina…?
O, ¿como el niño
que a las efusiones maternas
responde sonriente y feliz:
…”mamá”…?