Un muerto, dos y tres y tantos muertos
gravitan a mi espalda que se hunde
mi palabra en un polvo de tristeza.
¿Qué decís de la luz? ¿Qué de los seres
desamparados del calor humano?
Un muerto, dos y tres y tantos muertos
erguidos -fría sangre de pecado-.
Camino por las calles de los muertos:
tropiezo con sus ojos, nos herimos
en contraste de estrellas frente al hondo
vacío de la noche. Mis palabras
rebotan en su frío. Siento frío
en mis huesos de hombre, porque ellos,
huérfanos de la luz, mueren de frío
y silencian su llaga tercamente.
Amigos: Es la hora de la vida.
No contratéis minutos de placer
a cambio del milagro de los ojos
que ven eternidad en cualquier alba.
Hay muertos en la vida. Hay muchos hombres
que contratan su vida de cadáver.