Van muriendo tus células antiguas
con olor a sainete entre sus cales.
Las máquinas, cigüeñas de metal
picotéan paredes tennazmente,
y gimen esqueletos indefensos
en rebelión de gritos hechos polvo.
Viejas casas molidas ¡cuántas manos
portáis en los pedazod de la piedra!
¡cuántas lluvias
sufristéis cobijando sentimientos!
¡cuántos amores todavía florecen
cuando abonáis -escombros- amapolas!
¡Cuántas niñas alondras se deciden
a daros huella leve de nostalgia!
Al veros fallecer tan dignamente
resucita en mi carne la semilla
de historias estudiadas entre asombro
de adolescencia hostil y efervescente.
Vuestro polvo de plata y de canela
alimenta mis ojos y me enciende,
lima aristas de urgencia en mis anhelos
me hace hombre con nimbre y con agrado.
Al veros, hechas tierra, yo me siembro
y bebo vuestra savia y nazco espiga
trilladora en el asfalto; pero espero
salvaros y salvar del hondo frío
al hombre sin apodo y sin alondras.