Ese hombre simétrico que calza
soles negros de piel y sobresalto,
que calcula los baches en la acera
para ganar segundos fugitivos,
que oculta el corazón entre las manos
acostumbradas a morir en cifras;
esa joven que siente primaveras
por la cascada de su pelo rubio,
y deja que sus alas se embriaguen
en mañanas azules de esperanza;
ese niño de pájaros inquietos
que aprovecha rincones de plazuelas
para soltar sus piernas y su alma
tras la dócil esfera que le invita;
ese anciano que lleva las espaldas
densa carga de sueños iniciados;
esa madre que abraza henchida bolsa
de colores domésticos en germen;
ese alzar hormigones y ladrillos
para clavar espadas verticales;
ese reloj de esfera macilenta
que amenaza llegar sin concesiones;
ese latir del tiempo por tus venas,
Madrid, juguete de tenaz galope;
¿qué es? ¿adónde va? ¿cómo se canta?
Madrid, hecho de búsqueda impaciente
anverso de la calma y del silencio,
tu pronuncias mis ansias enclaustradas
la innata rebeldía de mis huesos.
Buscamos más el “más” no espolea
sangran nuestros ijares encendidos.
Apenas los paisajes inocentes
que florece la madre en la cocina
o la muchacha de cascada rubia,
o el hombre niquelado en geometría
o el niño devanado en carcajadas
o el anciano cargado de nostalgia
dejan huella en los ojos de este anhelo.
Somos y por correr nos ignoramos,
nos estorbamos neciamente ciegos,
nos herimos buscándonos dementes.
¿Por qué el acero frío de la urgencia?
¿Por qué su asesinato de amapolas?
Tal vez el hombre nuevo te quite aristas
librando versos que se lleva el viento
sin estrenar la pluma adormecida.
Tal vez el hombre nuevo reconcilie
el pan y el corazón de las palomas.