Yo llamo ser a estar en la esperanza
de salvar ruiseñores y cigüeñas.
Yo llamo ser al niño que confía
en el regazo tierno de su madre.
Yo llamo ser al beso que presagia
culminación eterna.
Yo llamo ser al llanto que fecunda.
Yo llamo ser a caminar descalzo
y sellar con la sangre los caminos.
Y llamo ser al vuelo.
No llamo ser a recitar gorjeos
de alondras inundadas de ceniza.
No llamo ser a carecer de hambre
porque alimenta el copo de la espuma.
No llamo ser a resignarse al tiempo
y aceptar los barrotes de su cárcel.
Pero yo soy Señor, porque cobijo
a todas las cigüeñas marginadas.
Torre viva sostengo la esperanza
aunque desamparado entre los huracanes
cuando Te ausentas de mi primavera.
¿o no te ausentas, Dios, y sólo juegas
con mi cerilla humilde, a ser de noche?
Yo tengo luz, Te veo, aunque Te escondas
en esta carne que se va gastando
y se confunde con el polvo.
El polvo no eres Tú, pero me habla
de tus huellas llamando, y Te persigo.
Y cuando no te ausentas, Te respiro,
me inundas y Te asomas al balcón
de mis ojos de niño siempre nuevo.
Sin Ti, no soy, Señor, sin Ti no hablo
y hablar es ser tan evidentemente
que mi palabra es luz de Tu Palabra.
Gracias, Señor, por coronar mi torre
con Tu palabra hecha cigüeña humilde.
Pocas veces la niebla entenebrece
la palabra de luz, de mi Segovia;
pero hoy me roba la oración de piedra
de sus torres trigueñas; hoy no sé
si galopo incansable hacia lo eterno
sobre el dócil rocín del Acueducto;
hoy, hijo de Segovia, entre la niebla
me siento tan confuso que Te busco
en las cavernas de mi frágil ser.
Dime, Señor, lo que la niebla clausura
cuando hiere los ojos.