Eres muy pobre, Padre Omnipotente.
De tanto compartir, Te despojaste,
por amor a los hombres, de tu Hijo
y lo pusiste a nuestro alcance humano.
Podías habernos redimido,
en tu Hijo predilecto,
sin el rigor desasido de Belén,
sin el trabajo callado de Nazaret
para ganar el pan con el sudor
de su frente;
pero preferiste que tu Palabra
fuera tan libre,
que no tuviera donde reclinar su cabeza;
la pobreza enriquece al hombre
porque le libra de la esclavitud del tener.
Nos dijiste tu Palabra
sin peso, sin hojarasca.
Tu Hijo recorrió nuestros caminos
con pies ágiles y descalzos
solo el necesario pan,
solo el necesario aire,
solo la necesaria hospitalidad de los amigos.
Ninguna inquietante alforja sobre
Sus hombros desnudos.
Así querías a tu Hijo; limpia voz
de profeta coherente con su conducta,
con su ser tu forma hecha carne,
y ahora, fíjate, Padre:
Tú, siendo el Todo, todo nos lo diste;
nosotros, siendo la nada, todo te lo
robamos.
¡Cuándo alcanzaremos el cariño
que todo lo posee despojándose!
¡Cuándo aprenderemos la forma
de conquistarte y poseerte
desasiéndonos de todo y
asiéndonos a Ti como tu Hijo!
Haznos experimentar el paraíso
de la filiación divina,
como lo experimentó Francisco de Asís,
para volar como él,
sin lastre de cosas idolatradas.