Contemplando las hojas
brizadas nuevamente por la brisa,
me he sentido feliz.
Soy una hoja tan leve como ellas.
Tan nutrida por las raíces sólidas del árbol.
Tan envuelta
por el aire en silencio acariciante,
tan besada
por el sol que calienta mis colores…
Integro en mí
tierra, aire, sol
para decirme vida.
Para algo sirvo:
para ser palabra
de barro y luz
armonizando mundos diferentes.
Nada soy desprendida de mi árbol,
nada, si el aire no me circunscribe;
nada, si el sol me deja de mirar.
De mi pobreza suma y mi grandeza
me habla la hoja humilde y hermosísima.
Por ella Tú me hablas, Señor,
porque Tú eres
mi árbol mi sol mi aire…
Y, aunque no necesitas mi latido
para vivirte en Ti,
me has convocado
a ser palabra- unión;
palabra necesaria
para compenetrar materia y alma.
Me sé de carne, Dios, me sé de peso,
necesitado de soporte- rama
que me alce sobre el suelo.
Me sé también de vuelo hacia los astros
con ansias transcendentes de lo eterno.
Como la hoja, leve poesía
de tu amor creativo, me confío
en tu sólido árbol, en tu aire
en tu cálido sol que nunca cesa.
Quiero asumir la creación entera
para nutrir paisajes en las almas.
Quiero ser gratitud, pura aleluya
que, a diferencia de hojas vegetales,
nunca padezca amarillez de otoño.
El Parral - 9 - noviembre -1986