Digo sí a tu Reinado en mí,
porque digo sí a la hermosura de las flores;
a la reciedumbre de los montes;
al candor de los niños
y a la generosidad espontánea de las madres.
Tú reinas en mí
como un gozo inefable,
como la corteza feliz que se enseñorea de la inteligencia;
como la calidez de la ternura brizando maternalmente;
como la sencillez que nunca intimida;
como la virginidad que virginiza;
como el dolor que fecunda;
como el silencio que se confidencia.
Dios te ha hecho,
-te está haciendo siempre-
dimensión gozosa de su intimidad materna:
Eres corazón siempre a pleno rendimiento.
Eres estrella que ignora su luz ocupada en sólo alumbrar.
Eres fuente de la más alta montaña
que recibe al sol en sus entrañas de transparencia
y se esparce en sonrisas por la pradera.
¿Cómo no vas reinar, si tu gracia y tu cariño han cautivado a Dios?
¿Cómo no vas a tomar posesión de las rosas
si tus besos purísimos nutren las raíces del rosal?
¿Cómo no te van a cantar todos los ruiseñores del universo
si, para serlo, han de imitar la gratitud de tu Magnificat?
Eres Reina
Yo te declaro Reina
de mi sangre,
de mi sueño,
de mis sombras,
de mis paraísos perdidos y
de los permanentemente hallados en Ti.
Eres mi Reina:
todos los nombres hermosos
los pronuncio para Ti;
todas las miradas de disponibilidad amable
las dirijo a Ti;
todos los versos que destile mi pluma
los escribo para Ti.
Gracias, Reina- Madre:
Casa de Dios, Hogar de Dios, Cielo de Dios,
cuenta con mi pobreza
en tu Reinado inefable de amor.
(San Pedro de Cardeña -22-Agosto-1990)