Señor ¡qué bella es la amistad!
Junto al amigo verdadero
nunca hay soledad.
La soledad huye
como rapaz nocturno
a las primeras luces
del alba.
El dolor de la espina secreta
crea ciertos problemas
de intimidad
se mitiga, hasta tornarse casi deleite
cuando el semblante amigo
capta nuestra confidencia
y dialoga, en gesto y palabra sincera,
su simpatía.
Por eso las máscaras
no saben dialogar,
ni revelarse
¡siempre iguales!
Congeladas
en el grotesco dibujo
de su momento sin vida.
El amigo está vivo.
El amigo digiere
nuestra propia vida
hasta hacerla suya.
Y guarda secreto
porque el dolor de que
nuestro secreto
se manche con las manos sucias
de la publicidad,
es su dolor.
Por eso también confía
en que nosotros -amigos-
guardemos el suyo
como tesoro que nos confía.
La amistad se apoya
en el equilibrio -casi mágico-
de la sinceridad y la discrección.
Es bella la amistad, Señor,
pero ¿por qué hay tan
poca amistad de ley entre los hombres?
¿por qué los hombres
fabrican y brindan como reales casas
y cosas de papel
camufladas con la astuta pincelada
de la mentira?
No, Señor, que no se
dilate más la primera mentira,
que estalló serpentinamente,
entre los hijos de tu luz.