Han muerto, padre, han muerto las deidades
que alejaron mi vida de tu orilla.
Desnuda está mi alma en esta arcilla
de mi cuerpo reptando vanidades.
Hay una soledad de soledades
en el camino de retorno. Brilla
una saeta cruda y amarilla
en mi polvo infinito de maldades.
Y sin embargo, tú, padre me esperas.
Tú acoges mis andrajos de mendigo.
Tú lloras cada día mis estrellas
que vierten en mi otoño primaveras.
Álzame, padre quiero estar contigo
y desandar e frío de mis huellas.