Estaba el padre allí, con la mirada
tendida hacia el camino. Se prendía
de noche en el lucero que vertía
la hondura paternal de su llamada.
Soñaba el Padre la feliz llegada,
esperaba el retorno del gran día.
Un caudal luminoso de alegría
presagiaba su fiebre amontonada.
Sobre el polvo, hecho sangre de promesa
se encontraron por fin los dos anhelos.
Tendió la luz su comprensivo lazo,
y acosada de amor cedió la presa.
Hubo un himno de tierras y de cielos
y entre el padre y el hijo un hondo abrazo.