6/8/23

PREGÓN DE ESPERANZA. EL INSTITUTO

 


 



Eres juvenilmente nuevo

y ya tienes señales de paternidad.

Son ellos, tus hijos,

quienes dejan sus huellas,

hoscamente acariciadas,

en el regazo

de tus mesas y de sillas

a su servicio siempre.

 

Eres hogar, para unos;

peldaño, para otros;

jaula, para quienes

se niegan a saborear

el crecimiento

de su luz humana.

Pero siempre

eres

desaliño de latidos jóvenes

de sonrisas en pleno capullo,

de galopes cortados hacia cualquier sitio;

de anhelos que se

escapan por tus

ventanas -hacia

los cuatro puntos cardinales,

y de sueños,

de muchos sueños

que nievan

hacia las nubes

para esfumarlas

y tornar

constantemente

limpio y azul

nuestro cielo

de Segovia.

 

Porque ellos, los niños y jóvenes

que cuida

tu, tiernamente petro, desvelo

de padre incansable,

son el reflejo humano

del aire

de nuestra ciudad.

 

¿Qué sería la ciudad sin ellos,

sin tus hijos?

Cuando te prolonga

su desbandada

en efusión cordial

de anécdotas tuyas,

cobra sentido

la eterna juventud pétrea

de nuestros monumentos.

 

El Acueducto,

hastiado de miradas serias

y frases, seriamente elogiosas,

anhela su paso

con cercanía

de indiferencia cálida y familiar.

 

Nuestras iglesias románicas

olvidan el dolor

de su penumbra

a la luz de su bulla

casi siempre limpia

de sombras.

 

Y la catedral

hace más tersa

y más dorada la piedra

en emulación noble

con su piel joven.

 

Sólo el alcázar

no toma nada de ellos;

pero les dona

en fantástica siembra de ideales

su siempre caminar

hacia la altura…

Es más fecundo con su presencia y su sueño.

Es más alcázar de paz activa y elevada.

 

Y ellos, son tú, Instituto.

Tú, pregón de esperanza.

Tú, profeta

de cielos nuevos

y de tierra nueva.

Tú, palabra total

que quiere nacer.

Tú, guerrero con espada de pluma

y yelmo de papel escrito.

Tú, Quijote, cuya Dulcinea es la fraternidad

no discriminas ricos ni

pobres: prestas tu aire

por igual al ingenuo soplo

en clase.

Tú, que sólo gimes

-cuando- los enfermos de vejez

no creen en tu promesa.

Tú, no estás sólo,

Tú, ellos y yo,

somos nosotros,

artífices de la luz.

Con huella clave indiscutible

de Dios

en nuestra sangre.

 

¿Qué importa la

vejez razonada del odio

que cree -todavía- en las armas?