3/6/23

VOCACIÓN DE PALOMA

 






Una blanca adolescente

cargada de blancos sueños

salió a pasear al campo

confidenciando secretos.

 

Los arroyos sonreían

al mirar su rostro terso.

Los pájaros dibujaban

corazones con su vuelo.

 

Reclinado en una loma

y envuelto por el silencio,

humildemente se alzaba

un antiguo monasterio.

 

Eran Monjas Cistercienses

con hábito blanco y negro:

blanco de nieve y pureza,

negro de fértil silencio…

 

“¡Qué horror!, pensó la muchacha,

ocultarse en un desierto

y pasar toda la vida

rememorando los muertos…”

 

Mas de pronto una paloma,

blanca como los luceros,

prendió en sus ojos azules

deseos de amor sincero.

 

La paloma iba volando;

la muchacha iba siguiendo

con viva curiosidad

las estelas de su vuelo.

 

En un palomar humilde

del humilde monasterio

se alojaba la paloma

caricia leve del viento.

 

La niña blanca llegó

a las puertas del misterio

y su juvenil latido

quedó un momento perplejo.

 

Era domingo y la tarde

bordaba sus bellos sueños.

Sueños de luz jubilosa,

sueños de amores sinceros,

sueños de amigos leales,

sueños de hogares amenos.

Todo en el hondo paisaje

decía: “no pases dentro”.

 

Pero la blanca paloma

otra vez salió a su encuentro.

Un papel blanco llevaba

en su pico mensajero.

Voló junto a la muchacha

como anunciando un secreto.

Y el papel depositó

en los umbrales del templo.

 

Con curiosidad la joven

leyó el papel al momento:

“Escribe en él lo que quieras

hacer de tu blanco sueño.

La vida siempre es hermosa

si pasas amando el tiempo.

Pero si eres egoísta

tu corazón está muerto.

Volveré después. No huyas

ni te aflijas con los miedos.

Sólo hay un miedo prudente:

perder la senda del cielo.

Mi vocación de paloma

me hace libre y nunca quiero

dejar que las niñas blancas

se manchen con pardos cienos”.

 

El papel se estremecía

levemente entre sus dedos.

Por fin, decidida y ágil

pulsó el timbre del convento.

 

“Ave María”, escuchó

con matiz de manso acento.

“Buenas tardes. Yo venía…

Casi no sé a lo que vengo…

¿Tienen ustedes palomas

que descubren los secretos?

Porque una paloma blanca

ha dejado en mi sendero

un papel interrogante

que me adivina los sueños”.

 

“Niña, dijo la tornera,

habla claro, que no puedo

claramente contestar

si claramente no entiendo”.

 

“Abra, por favor, hermana,

que lo que le estoy diciendo

no es fruto de fantasías

ni de loco atrevimiento.

Le enseñaré este papel

y comprobará que es cierto

que la paloma sabía

mis ocultos pensamientos”.

 

La Comunidad gozosa

disfrutaba del recreo,

pero la terca paloma

las condujo hacia el encuentro.

 

“Tenemos blanca visita,

dijo la Madre riendo

una bella jovencita

nos pregunta por el cielo.

¿Qué diréis? ¿Qué está en claustro

de este viejo  monasterio?

¿Diréis que aquí sólo somos

gracia de Dios y misterio?”.

 

Y la joven esperaba

abriendo sus ojos bellos

por ver mejor a las Monjas,

palomas del gran silencio.

Llegaron. La niña habló

y enseñó el papel concreto.

Fue discurriendo el papel

por sus monacales dedos.

 

“No es cosa nuestra, querida,

dijo la Madre leyendo.

Este papel sólo puede

escribirse desde el cielo.

 Piensa bien lo que has de hacer.

Eres libre como el viento;

pero como el viento salva

las estrofas de tu verso.

Sólo el amor es verdad:

sólo el amor valedero

para conquistar la Vida

y no malgastar el tiempo.

Nosotras aquí vivimos

la Esperanza del Encuentro.

Y vivimos encendidas

convertidas en incienso.

Nada te extrañe que el ángel

Custodio de tus anhelos

con ropaje de paloma

se haya vuelto mensajero.

Dios te invita a que Le des

tus cálidos sentimientos:

en el claustro recogida

o en el mundo construyendo

la familia laboriosa

de algún hogar nazareno.

Libre y responsable eres

por eso estás inquiriendo

los motivos escondidos

de este papel con misterio”.

 

Por fin, la joven voló

al hogar del gozo inmenso

y dijo firme y serena:

“Ya conquisté mi secreto:

Dentro de mí está volando

una paloma y un verso.

Quiero ser tuya, Señor.

Quiero darme por entero”.