Una blanca adolescente
cargada de blancos sueños
salió a pasear al campo
confidenciando secretos.
Los arroyos sonreían
al mirar su rostro terso.
Los pájaros dibujaban
corazones con su vuelo.
Reclinado en una loma
y envuelto por el silencio,
humildemente se alzaba
un antiguo monasterio.
Eran Monjas Cistercienses
con hábito blanco y negro:
blanco de nieve y pureza,
negro de fértil silencio…
“¡Qué horror!, pensó la muchacha,
ocultarse en un desierto
y pasar toda la vida
rememorando los muertos…”
Mas de pronto una paloma,
blanca como los luceros,
prendió en sus ojos azules
deseos de amor sincero.
La paloma iba volando;
la muchacha iba siguiendo
con viva curiosidad
las estelas de su vuelo.
En un palomar humilde
del humilde monasterio
se alojaba la paloma
caricia leve del viento.
La niña blanca llegó
a las puertas del misterio
y su juvenil latido
quedó un momento perplejo.
Era domingo y la tarde
bordaba sus bellos sueños.
Sueños de luz jubilosa,
sueños de amores sinceros,
sueños de amigos leales,
sueños de hogares amenos.
Todo en el hondo paisaje
decía: “no pases dentro”.
Pero la blanca paloma
otra vez salió a su encuentro.
Un papel blanco llevaba
en su pico mensajero.
Voló junto a la muchacha
como anunciando un secreto.
Y el papel depositó
en los umbrales del templo.
Con curiosidad la joven
leyó el papel al momento:
“Escribe en él lo que quieras
hacer de tu blanco sueño.
La vida siempre es hermosa
si pasas amando el tiempo.
Pero si eres egoísta
tu corazón está muerto.
Volveré después. No huyas
ni te aflijas con los miedos.
Sólo hay un miedo prudente:
perder la senda del cielo.
Mi vocación de paloma
me hace libre y nunca quiero
dejar que las niñas blancas
se manchen con pardos cienos”.
El papel se estremecía
levemente entre sus dedos.
Por fin, decidida y ágil
pulsó el timbre del convento.
“Ave María”, escuchó
con matiz de manso acento.
“Buenas tardes. Yo venía…
Casi no sé a lo que vengo…
¿Tienen ustedes palomas
que descubren los secretos?
Porque una paloma blanca
ha dejado en mi sendero
un papel interrogante
que me adivina los sueños”.
“Niña, dijo la tornera,
habla claro, que no puedo
claramente contestar
si claramente no entiendo”.
“Abra, por favor, hermana,
que lo que le estoy diciendo
no es fruto de fantasías
ni de loco atrevimiento.
Le enseñaré este papel
y comprobará que es cierto
que la paloma sabía
mis ocultos pensamientos”.
La Comunidad gozosa
disfrutaba del recreo,
pero la terca paloma
las condujo hacia el encuentro.
“Tenemos blanca visita,
dijo la Madre riendo
una bella jovencita
nos pregunta por el cielo.
¿Qué diréis? ¿Qué está en claustro
de este viejo monasterio?
¿Diréis que aquí sólo somos
gracia de Dios y misterio?”.
Y la joven esperaba
abriendo sus ojos bellos
por ver mejor a las Monjas,
palomas del gran silencio.
Llegaron. La niña habló
y enseñó el papel concreto.
Fue discurriendo el papel
por sus monacales dedos.
“No es cosa nuestra, querida,
dijo la Madre leyendo.
Este papel sólo puede
escribirse desde el cielo.
Eres libre como el viento;
pero como el viento salva
las estrofas de tu verso.
Sólo el amor es verdad:
sólo el amor valedero
para conquistar la Vida
y no malgastar el tiempo.
Nosotras aquí vivimos
la Esperanza del Encuentro.
Y vivimos encendidas
convertidas en incienso.
Nada te extrañe que el ángel
Custodio de tus anhelos
con ropaje de paloma
se haya vuelto mensajero.
Dios te invita a que Le des
tus cálidos sentimientos:
en el claustro recogida
o en el mundo construyendo
la familia laboriosa
de algún hogar nazareno.
Libre y responsable eres
por eso estás inquiriendo
los motivos escondidos
de este papel con misterio”.
Por fin, la joven voló
al hogar del gozo inmenso
y dijo firme y serena:
“Ya conquisté mi secreto:
Dentro de mí está volando
una paloma y un verso.
Quiero ser tuya, Señor.
Quiero darme por entero”.